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"Marina Silva: ascensión de un mito, declive de una esperanza "

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Autor: Fabricio Borges Carrijo, investigador asociado, CIDOB
3 de Octubre 2014 / Opinión CIDOB, nº. 269

En los procesos electorales uno se enfrenta con el dilema ético respecto a lo que es aceptable para conquistar el poder. ¿Sería legítimo dejar de lado determinadas convicciones para obtener una victoria electoral? El deseo de Marina Silva de llegar al poder y el de Dilma por mantenerlo en las elecciones presidenciales en Brasil el próximo 5 de octubre se enmarca en este conflicto.

La ascensión del fenómeno Marina, por el Partido Socialista Brasileño (PSB), es el resultado de una combinación de factores: su biografía, la insatisfacción de amplios sectores de la población con la clase política, los grandes medios de comunicación masiva y la coyuntura económica del país.

La narrativa presentada por la carismática Marina Silva la enmarca en la historia de superación de una mujer negra que venció la pobreza y precisamente por haber conocido el hambre muy de cerca se identificaría con los más desfavorecidos y sus necesidades. Internacionalmente reconocida como activista medioambiental y con una biografía impecable, simbolizaría la materialización del ideal de la participación política combinada con la preservación de su integridad moral. Sería, por lo tanto, la candidata con autoridad moral para proponer un enfoque ético en la escena política, la "nueva política" como ella lo llama.

Al plantear una “nueva política”, Marina se presenta como la "tercera vía" capaz de superar la dicotomía entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y el sistema de presidencialismo de coalición en el cual se enmarcan. En este, los partidos, en búsqueda de gobernabilidad, establecen alianzas con varias fuerzas menores basadas mucho más en un esquema oportunista de intercambio de favores, por ejemplo, voto a cambio de cargos en los Ministerios, que por afinidades ideológicas y proyecto de nación.

La candidata del PSB, propone, en cambio, sobreponerse a estas alianzas y gobernar con lo que hay de mejor en cada partido tanto a la derecha como a la izquierda. Lo hace en un aura mesiánica como si fuera la legítima representante de los millones de brasileños y brasileñas insatisfechos con la política tradicional y sus respectivos candidatos de ambos lados del espectro ideológico. Se presenta como la alternativa política que incorpora las aspiraciones de los ciudadanos que tomaron las calles de Brasil entre junio de 2013 y 2014 para reclamar servicios públicos de calidad y reformas en el sistema político.

Los otros dos factores que explican la ascensión de Marina son indisociables: los medios y las narrativas sobre la situación económica del país. Desde el inicio del gobierno de Lula da Silva en 2003, así como a lo largo de la presidencia de Dilma Rousseff, hay un claro intento de los medios de comunicación, mayoritariamente conservadores, de deslegitimar la administración del PT. Ciertamente, en los mandatos de Lula y de Dilma hubo varias equivocaciones y el país todavía tiene una enorme cantidad de problemas que deben ser solventados con urgencia, como la calidad de los servicios públicos, la seguridad y las desigualdades, pero los aciertos superan los errores. Presentar críticas y señalar las miserias y contradicciones del país forma parte del proceso democrático y contribuye al avance del mismo. El problema reside en el sesgo con que los medios apuntan las heridas del país. No por casualidad, hay una convergencia de discursos apocalípticos como si Brasil estuviera al borde de una debacle y todos los males del país fueran resultado de una administración irresponsable del PT. Además del activismo opositor al gobierno Dilma ejercido por la prensa conservadora (nacional y extranjera), ésta ha acogido con los brazos abiertos la entrada de Marina Silva en la disputa a la presidencia, proporcionándole un espacio mediático tras la trágica muerte de Eduardo Campos, que ha sido clave para impulsar su candidatura al epicentro de la carrera electoral.

Pero la incorporación de la agenda conservadora al programa de gobierno de Silva marca el inicio de su declive en las encuestas. El candidato neoliberal por excelencia, Aécio Neves (PSDB), carece de carisma y de chance de ser elegido, además de representar de manera demasiado evidente una visión de Brasil que choca con los anhelos de la ciudadanía para avanzar en los logros socioeconómicos obtenidos a partir de la presidencia de Lula. La candidatura de Marina Silva ha sido instrumentalizada por los sectores conservadores en el “todo vale” para el retorno de la derecha al poder tras 12 años de gobiernos del PT.

Tras una rápida subida, el descenso de Marina en los sondeos es el resultado sobretodo de las incoherencias entre el mito y su praxis, entre la imagen progresista que intenta transmitir y el conservadurismo de su programa de gobierno. Marina perdió una gran oportunidad de simbolizar una alternativa verdaderamente progresista que vendría a contribuir al avance del país. Su discurso por una “nueva política” pierde credibilidad ante su empleo de la vieja política al asociarse con los sectores más retrógrados del país que antaño combatía. Podría haber representado el cuestionamiento al reformismo blando del Partido de los Trabajadores, que pese haber promovido enormes avances sociales, los consiguió a una velocidad más lenta de lo que debería haber sido por culpa de las concesiones a los sectores rentistas nacionales e internacionales y a las alianzas partidarias establecidas. Marina podría haberse comprometido en favor de un reformismo fuerte que profundizaría los logros de Lula y Dilma a la vez que suplantaría los desaciertos de un modelo que promovió la distribución de la renta, pero ha fallado en el desmantelamiento de las estructuras generadoras de la opresión.

Marina podría haber sido la candidata que afrontara al capital financiero y promoviera un modelo de desarrollo que incidiera no solamente en los efectos, sino sobre todo en las causas de la desigualdad. La candidata que obligara al PT a replantear su conducta respecto a la aceleración de los cambios y al fortalecimiento del compromiso en favor de la universalización de los derechos.

Pero esta Marina desmitificada parece representar lo contrario. Al incorporar la perspectiva liberal, que propone la disminución del rol del Estado, significa el retorno a las políticas implementadas en los 90 que trajeron el aumento de la pobreza, desempleo masivo y precarización laboral. Los avances inequívocos, aunque insuficientes, en inclusión social durante la última década ponen de manifiesto la relevancia del Estado en la corrección de desequilibrios y construcción de la ciudadanía.

En la complejidad de los dilemas morales que la carrera política comporta y de la cual nadie sale incólume, Marina podría haber simbolizado la rectitud ética y el avance hacia una nueva política en Brasil, pero el anhelo por el poder significó el desvanecimiento del mito y de la esperanza que conllevaba.

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Maria Dantas

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